El aura

A mí me encanta esquiar, en la nieve. Y la sensación de inmensidad y pequeñez que se siente en la montaña me hacía pensar que me me encantaría vivir rodeada de ellas. Pero un día, allá por setiembre de 2003 me fui con unas amigas a Trancoso, en el norte de Brasil. No era ni mi primera vez en Brasil ni mi primera vez en la playa. Pero esa vez, no sé si será porque me apasioné locamente por un carioca que conocí (locamente como siempre! aunque eso fue claramente pasión y no amor y de hecho comprobamos que Fito tiene razón y existe algo llamado "el amor después del amor" que pusimos tan práctica que hoy -y desde entonces- D. es mi mejor amigo) o será que la brisa del mar me penetró más profundamente o que simplemente se alinearon los planetas, y entonces comprendí (o mejor dicho sentí) que lo que yo realmente quería era vivir cerca del mar. Así fue, que con las alas que me dio mi carioca (y que aun solo él sabe hacer aletear) y con las mías propias que solo a los 31 años aprendí a desplegar, 8 meses después volé hacia Rio en lo que sería el comienzo de un viaje que aún hoy continuo (y valga la aclaración que no me fui tras mi carioca que ya por entonces era solo mi amigo y vivía en Sao Paulo). Desde el primer momento supe que había llegado a mi lugar en el mundo. Y todavía hoy lo sigue siendo y allí volveré ni bien pueda. Y ahí me quedé, con mi mar, mi samba y mi caipirinha hasta que el amor, ese verdadero, ese fuerte, ese que nos atraviesa como decía Cortázar, ese que nos engrandece, me vino a buscar y me llevó del otro lado del océano.

Este finde que pasó me fui a la costa (argentina esta vez) para ver de nuevo al mar, ese que tanto amo. Qué placer caminar y caminar y caminar sobre la arena mojada y mirando la inmensidad de esas aguas. Tanto que recordé cuando nosotros caminábamos por Copacabana e Ipanema y Prahina y juntábamos caracoles para decorar nuestro hogar. Qué placer desayunar mirando ese mar, luego de tanto caminar. Tanto que recordé cuando nos despedimos y nos reencontramos en ese restaurant chino sobre Avenida Atlántica donde de tristeza primero y de alegría después no podía más que mirarte y llorar. Lo que fue un bajón fue el viaje en bondi. Es que se retrasó y tardó como 6 o 7 horas insufribles. Nada comparado al placer del viaje de 50 horas que hicimos juntos desde Rio hasta BsAs, ese viaje que pensamos que si lo sobrevivíamos ya nada nos podría separar. Y entonces sentí que el dolor, ese que no sé porque siempre visualizo como un punzón de esos que usábamos en actividades prácticas del colegio, ese dolor va pasando. Pero lo que es peor es la tristeza. Porque la tristeza, tan inmensa como las montañas, tan profunda como el mar, tan inconmesurable como la eternidad que nos separa, la tristeza ahora es como un aura, como mi aura, que me rodea y me sigue a cada paso que doy y a cada lugar que voy. Como una barrera que me quita luz y que drena mis energías. Que me sigue y deja una estela de la que no me puedo desprender pq no me puedo desprender de vos, como no me puedo desprender del mar, que me sigue y me acompaña siempre. Si ya sé, la disimulo bien. Le juego a las escondidas. Me escapo de ella, bahh creo que me escapo hasta que escucho su risa sádica dentro mío de donde no la puedo arrancar. Esa tristeza que tengo impregnada como el perfume que tanto te gustaba. Esa tristeza que se pelea con mi risa, la que vos provocabas. Pero no me voy a poner melancólica, ni triste. Acaso pueda seguir pretendiendo por un rato más como cuando me hago la fuerte y enumero los proyectos para cuando llegue a London: conseguir trabajo, conseguir dto., comprarme una bici, empezar pilates y clases de teatro, probarme el traje de entrepeneur con esa idea que me ronda la cabeza...animarme a más, animarme a una vida después de vos.
Mañana es tu cumple. Y aunque no tenés la dirección de este blog, y aunque no entendés ni una palabra de español, Feliz Cumple amor.

Love always, Mia.